EL AMOR EN LOS TIEMPOS DEL CÓLERA.
“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. Con estas palabras da comienzo una de las más bellas novelas de amor de Gabriel García Márquez. Como buen colombiano quiso dedicarse, allá por los años 80, a escribir una hermosa novela de amor, a modo de culebrón latinoamericano que tan al uso estaba. Como no podía ser de otra manera, en lugar de una simple novelita rosa escribió una historia de amor platónico que perduraba en el tiempo hasta concretarse un lustro después. En estas lides se encontraba cuando le concedieron el Premio Nobel de Literatura, en 1982. No pudo más que afirmar que “estaba escribiendo una larga novela de amor en donde todo el mundo es feliz”. Esa novela era “El amor en los tiempos del cólera”, que se publicó tres años después. Con ella quería “poner de moda la felicidad”, según sus propias palabras.
Florentino Ariza se enamora a primera vista de Fermina Daza pero ella termina casándose con el apuesto médico Juvenal Urbino de la Calle. Sin saber muy bien por qué, desde el primer instante se da cuenta de que se ha equivocado en la elección pero decide entregarse a su marido y amarlo hasta la muerte, como así ocurrió. En esa espera Florentino conoce muchas formas de amar pero seguirá fiel a su amor por Fermina Daza y con una fe inaudita consigue que la curiosidad inicial de ella se transforme en amor de senectud. Montados en un barco recorrerán de orilla a orilla el río Magdalena izando la bandera del cólera para vivir un amor sin testigos, sin pausa. Es curiosa la metáfora del cólera, pues en aquella época se consideraba que esta enfermedad tenía los mismos síntomas que el amor. Curiosamente Juvenal Urbino era reconocido por haber terminado con el cólera en aquel lugar. Parecería como si, de alguna forma, al morir el marido dejara a Fermina llegar a los brazos de Florentino, y esa curiosidad inicial que él siempre había despertado en ella se transformara en AMOR, sin tapujos, sin esperas. Un amor que se mantiene intacto gracias a la fuerza de unas palabras que quedaron atrapadas en un papel para hacer revivir años después la llama de la pasión.
Como en todas la obra de Márquez hay elementos recurrentes, que se van repitiendo a lo largo de sus libros, conformando una única novela. Según el mismo autor afirmó, la historia de amores contrariados la tomó de sus propios padres, antes de casarse. Afirmaba que los tuvo que entrevistar por separado para que sus relatos coincidieran, pues si les preguntaba a los dos a la vez las versiones se confundían. Barranquilla, como lugar mágico, encubierto en ese pueblecito portuario del Caribe en el que transcurre la historia. La letra que viaja en el papel y que permanece en el tiempo para quedar a salvo del olvido en esas maravillosas cartas de amor y el exotismo de América latina, llena de sensualidad y “realismo mágico”.
Cuando este libro llegó a mis manos apenas pude dejar de leer, como si de un suspiro se tratara. Las líneas iniciales y el descubrimiento del cuerpo de Jeremiah de Saint-Amour, muerto con cianuro me parecieron magistrales. Morir de amor y por amor. Sus más de 300 páginas me fueron llevando al mundo exótico de la América Latina.
El lirismo de sus palabras y la capacidad de seducir narrando es algo que siempre me ha maravillado de García Márquez, al que descubrí de adolescente en “Cien años de soledad”. Era verano y sus palabras me mostraban un mundo mágico en el que se mezclaba lo real con lo irreal creando una invisible tela en la que acabé atrapada.
Nati Martín