Gabriel García Márquez

Elegir un solo escritor «favorito» es una tarea complicada, tengo tantos «favoritos»… Aún así, este año me quedo con Gabriel García Márquez. El motivo es que este año se cumplen cincuenta años de la publicación de una de las mejores novelas de la narrativa hispanoamericana: Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.

Mi primer contacto con el genial narrador colombiano fue a los 14 años; en aquel tiempo llegó a mis manos el libro de lectura obligatoria que el profesor de Lengua había mandado a mi hermana mayor. Yo estudiaba 1º de BUP; mi hermana, COU. Para los lectores jóvenes, aclaro: 3º de ESO y 2º de Bachillerato. Mi hermana me advirtió que el libro era muy largo, pero yo, en aquel entonces, era una auténtica devoradora de libros. Nunca olvidaré el comienzo:

«Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de 20 casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.«

He destacado esta oración porque expresa, exactamente, lo que significó para mí la lectura de Cien años de soledad: el descubrimiento de una manera de narrar tan nueva y que me impresionó de tal manera que ya no solté el libro hasta el final impactante, terrible, cuando el personaje descubre su propio destino y la frontera entre la realidad y la literatura se desvanece. La cita es un poco larga, pero creo que merece la pena no acortarla:

“. . . En este punto, impaciente por conocer su propio origen, Aureliano dio un salto. Entonces empezó el viento, tibio, incipiente, lleno de voces del pasado, de murmullos de geranios antiguos, de suspiros de desengaños anteriores a las nostalgias más tenaces. No lo advirtió porque en aquel momento estaba descubriendo los primeros indicios de su ser, en un abuelo concupiscente que se dejaba arrastrar por la frivolidad a través de un páramo alucinado en busca de una mujer hermosa a quien no haría feliz. Aureliano lo reconoció, persiguió los caminos ocultos de su descendencia, y encontró el instante de su propia concepción entre los alacranes y las mariposas amarillas de un baño crepuscular, donde un menestral saciaba su lujuria con una mujer que se le entregaba por rebeldía. Estaba tan absorto, que no sintió tampoco la segunda arremetida del viento, cuya potencia ciclónica arrancó de los quicios las puertas y las ventanas, descuajó el techo de la galería oriental y desarraigó los cimientos. Sólo entonces descubrió que Amaranta Úrsula no era su hermana, sino su tía, y que Francis Drake había asaltado a Riohacha solamente para que ellos pudieran buscarse por los laberintos más intrincados de la sangre, hasta engendrar el animal mitológico que había de poner término a la estirpe. Macondo era ya un pavoroso remolino de polvo y escombros centrifugado por la cólera del huracán bíblico, cuando Aureliano saltó once páginas para no perder el tiempo en hechos demasiado conocidos, y empezó a descifrar el instante que estaba viviendo, descifrándolo a medida que lo vivía, profetizándose a sí mismo en el acto de descifrar la última página de los pergaminos, como si se estuviera viendo en un espejo hablado. Entonces dio otro salto para anticiparse a las predicciones y averiguar la fecha y las circunstancias de su muerte. Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o de los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra.”

Gabriel García Márquez es uno de mis escritore favoritos porque gracias a él descubrí una nueva y deslumbrante forma de contar historias: el realismo mágico.